Mientras nos adentramos cada vez más en el inédito confinamiento que “obliga” la escalada del COVID-19, emergen, fuertemente, variadas situaciones culturales problemáticas que no tienen referencias históricas en relación a cuestiones multidimensionales que son muy difíciles de evaluar ahora mismo por la rapidez de la situación. Los campos a los que me refiero son muchos, pero en esta columna remitiré a uno de ellos vinculado con las relaciones humanas que pudieran generarse con respecto a la búsqueda de interacciones digitales sin cuerpos físicos.
Muchxs trabajadorxs (que aún no han sido despedidos) están comenzando a “entender” y aplicar herramientas digitales online para suplir, de alguna forma, la falta de interacción directa de humano a humano en las relaciones laborales, afectivas y de cotidianidad que se acostumbraba realizar no con la carencia del cuerpo físico, pero si con una carencia del “tiempo real” (un ejemplo de lo último es el aumento del uso pasivo de los smartphones). El aumento de las experiencias digitales que comenzamos a experimentar genera, inevitable y rápidamente, una generación de cambio cultural que es nuevo en la realidad espacio temporal que acostumbramos vivir, pero que no es nuevo en la ficción, particularmente la ciencia ficción.
No estoy haciendo una defensa a la creación “confinada” a una realidad absolutamente digital, pues el excedente urgente de política creativa “aún necesita” de los cuerpos físicos, es decir, la performance en la realidad espacio temporal sigue siendo parte de una obviedad vital.
Parte de los ejemplos que se pueden mencionar en lo que comienza a ocurrir en Chile con respecto a la aceleración del teletrabajo se pueden ver en la docencia, la cual, en su gran mayoría, se encuentra colapsada por multifactores, los cuales involucran desde falta de capacidades técnicas de los y las docentes y estudiantes, hasta las no calculadas cargas laborales exponenciales a las que se encuentran expuestos y expuestas al no existir fuertes, estables y ordenadas plataformas -por ejemplo de Intranet- en las instituciones específicas y capacidades propedéuticas anteriores a la crisis. En esto último es importante y relevante mencionar las fuertes omisiones concernientes a las brechas digitales que aún existen en el país, las cuales no solo son de velocidad de navegación o alfabetización digital sino -de plano- falta de los recursos técnicos para una mínima conexión, es decir, estudiantes y docentes que no cuentan con el computador adecuado o, derechamente, no cuentan con el aparato y/o la conexión a Internet. El gobierno actual intenta incorporar, a través de convenios con empresas, beneficios como gratuidad de Internet con velocidad de bajada de 2 Megabytes, la cual es extremadamente insuficiente para acceder a teletrabajo o conexiones streamings colectivas.
A pesar de lo último, la performance cambió, es decir, la preocupación y ocupación del tema de no perder cierta relación digital con el trabajo, la cotidianidad y la creatividad es un tema que cruza variados niveles de la agenda de urgencia. En lo que concierne a una columna cultural me interesa destacar, hoy, lo relacionado con la creatividad en Red. No conozco todas las propuestas o proyectos que se están proponiendo e invitando a participar por medio de la Web en todo el mundo, pero lo que he alcanzado a ver son representaciones de la creatividad que conocemos física y espacio temporal de los talleres, cursos, conciertos y variadas performances que, como interfaces, se presentan en galerías, museos, teatros, escenarios de conciertos, etc., pero transmitidas online. En la educación es lo mismo: intentar reproducir el aula en la virtualidad, pero no crear a través de lo digital nuevas formas, con ensayo y error, de una convivencia obligada de lo digital y, por lo tanto, cuestionamientos pedagógicos, artísticos y políticos en torno al hecho de la realidad digital en el mundo. En la década de los 90 y principios del 2000 hubo un fuerte auge en la producción creativa a través de los lenguajes tecno-digitales; el activismo digital político, entre variedades de artistas, era parte de lo considerado como arte contemporáneo, y este último empapaba maneras subversivas de abarcar los nuevos desafíos que se presentaban en una era que devenía digital. La “batalla” creativa y activista se pensaba y creía en los bits, es decir en la relación con una sensación de inmaterialidad que estaba abarcando el mundo y manejando sus estructuras biopolíticas. El Net.Art encontraba en la digitalización conectada a Internet una vida donde cuestionar y reflexionar en torno a la multiplicidad de vínculos y relaciones interactivas, las cuales eran parte constitutiva de sus principios de existencia, es decir, sin los dispositivos digitales este tipo de ejercicio creativo nunca hubiera existido, no viviría para interactuar y cuestionar la misma relación que lo hizo nacer.
Con lo último que menciono no estoy haciendo una defensa a la creación “confinada” a una realidad absolutamente digital, pues el excedente urgente de política creativa “aún necesita” de los cuerpos físicos, es decir, la performance en la realidad espacio temporal sigue siendo parte de una obviedad vital.
Los llamados “nuevos medios” o “artes mediales” han incorporado una mezcla de digitalización y puesta en espacio físico de objetos que reafirmarían la relación vital de lo digital: los hardwares. Pero también aparecerían modas nostálgicas de los viejos medios tradicionales de la técnica (aparatos tecnológicos antiguos), los cuales se emplazarían más como modas vintage de un arte contemporáneo que acentúa su cada vez menos reflexión estética (exceptuando pocas creaciones que consideran, por ejemplo, los aparatos como individuos). En este escenario de regreso temprano a la exigencia imperativa de los cuerpos (tecnificados), en tanto mandato de posesión de la multiplicidad de placeres físicos, pero ahora mediado por los aparatos técnicos “mejorados” en la conducción del imperativo del goce, es que se nos presenta una obligatoriedad de confinamiento (la cuarentena).
Ahora, en medio de relaciones digitales (y el creciente experimento que esto provocará en la posible extensión de sistemas de control de nuestras vidas), se generan convocatorias e invitaciones a participar de relaciones que ya no son a través de los cuerpos, sino de sus transmisiones binarias en tanto representaciones digitales en tiempo real de una ilusión de corporalidad. Esto no dejará de existir, como no dejan de existir la multiplicidad de reproducciones digitales de pinturas clásicas, pero es un interesante momento para rearticular, crítica y creativamente las maneras y modos en que nos encontraremos y enfrentaremos con las eras digitales, tanto para el uso abierto y tensionado de sus propios lenguajes, como para integrarla al lenguaje de vida crítico antes que nos atrape de sorpresa a través del total control de todos los aspectos de la vida, cuando creamos que hemos vuelto al espacio público físico.
Samuel Toro. Licenciado en Arte. Candidato a Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.